Ana F.G. de Castellón
Cuando conocí a Rebeca era verano, hacía calor y estaba cansada del viaje que había hecho con su hermana Rosa y su padre en coche.
Las tardes de aquel verano las pasamos jugando en la terraza todas juntas, mientras tomábamos el fresco. Y jugando, nos empezamos a conocer mejor. Cuando me marché, eché de menos aquellas noches de juego con ella y sus hermanas.
Rebeca era muy alegre, le gustaba mucho bailar y animaba a todos los que estaban con ella a que disfrutaran y compartieran su alegría de vivir. Y así hizo conmigo cuando volví a las fiestas de Granja de Rocamora.
Ella me invitaba a bailar, a jugar y a montarnos juntas en los coches de la feria. Tenía mucho sentido del humor, siempre estaba haciendo bromas. Era una persona que te lo daba todo a cambio de nada; sólo con sentir que tú le querías un poco, ella no sabía qué hacer para decirte que todo lo de ella era tuyo.
Cuando fui a verla mientras estuvo enferma, me sorprendió su tranquilidad, su entereza, y lo bien que aceptaba el estar enferma. Cuando, por teléfono, le dije que tenía ganas de verla y me contestó que me esperaba con los brazos abiertos, sabía que tenía que mover cielo y tierra para estar con ella, porque Rebeca hubiera hecho lo mismo por mí.
Estando enferma, se preocupaba y padecía por no molestar demasiado; recuerdo un momento en el que preguntó por “la mamá”, y Rosa le contestó que si quería la avisaba… ella abrió los ojos y expresó que no la molestara…
Igual de preocupada estuvo cuando le lavamos la cabeza y yo, que le sujetaba la cabeza, notaba que no apoyaba del todo su peso para no molestarme a mí. Aguantó hasta que le pedí que se apoyase bien, que a mí no me molestaba.
No olvidaré nunca un momento que me quedé sola con ella y le besé fuertemente la mejilla; ella, sin perder su sentido del humor, me dijo: “¡Ana, se me ha pegado el beso en la mejilla!”.
Ana F.G. (Castellón)