Homilía en el funeral de Rebeca
HOMILÍA DEL RVDO. SR. D. JOSÉ RUIZ COSTA EN EL FUNERAL DE REBECA
Había un matrimonio que tenía sólo un hijo, y murió el hijo estando durante ese día el padre de familia fuera de casa. Al ver eso, la esposa se preguntaba cómo le diría a su marido esta noticia, cómo se lo diría sin hacerle mucho daño… Y, cuando vino su esposo, le dijo: “Mira, una persona, un amigo, en una ocasión me dejó una joya para que se la guardara y ha venido a pedírmela. Te pido consejo, ¿qué es lo que debo hacer?”.
El marido le dijo de inmediato: “Hay que devolverle a ese amigo tuyo la joya porque sólo era prestada”. Y la esposa llevó al marido hasta la habitación donde yacía el hijo, y le dijo: “Aquí está la joya que un día Dios nos prestó y hoy ha venido a llevársela”. El marido, un buen creyente, en palabras de Job respondió: “El Señor nos lo dio, el Señor nos lo quitó, bendito sea el Nombre del Señor”.
Todos queremos a Rebeca y Rebeca es un poco de todos, es por eso que hoy sentimos especialmente que Rebeca es, en primer lugar, una joya. Y es una joya de Dios. Desde el primer momento en que la enfermedad apareció de forma amenazante, a esta querida familia no le hemos oído decir otra cosa más que: “Bendito sea el Nombre del Señor”. A ella misma no le hemos oído otra cosa. Por eso, de alguna forma, siento que la homilía que tengo que pronunciar hoy sólo sea letra, porque me gustaría decirla con música, me gustaría ponerle notas a lo que hoy tengo que decir…
En primer lugar, un canto a Jesucristo Resucitado, como lo venimos haciendo desde el comienzo de la celebración: Cristo, el Señor, el Hijo de Dios… Diciendo con todo el corazón: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su pueblo”. Ha visitado a Naín y a esta casa, y la joya, la flor que más destacaba, la ha cortado para Sí. Este grito que sale del fondo del corazón y que se siente así, extraña un poco, y los que van por el camino y ven cómo sufre y cómo cree esta familia, se extrañan y se preguntan… Y el interrogante es: “¿Cómo es que no están desesperados?”. La respuesta es la fe: cómo creen y cómo aman.
Ella es, estoy convencido, la Joya de Jesús… Desde la catequesis, con los niños más pequeños de la casa. Dando los primeros pasitos en la fe a los infantiles, a los alevines del catecismo, un año y otro año…, y ella no cambia de curso: siempre los pequeñines. Con toda paciencia, con mucho amor, y sobre todo, como quien transmite lo que cree, sus convicciones firmes, muy cimentadas ahí, en el hondón de su corazón.
Rebeca es una joya y, ciertamente, las joyas de Rebeca son conocidas por todos, estoy seguro… En primer lugar, como estoy diciendo, la fe en Jesús. Durante el sufrimiento, cada vez que le decíamos cualquiera de nosotros, los que la queremos tanto: “Rebeca, pídele al Señor, pídele al Señor que te ponga buena”. Y Rebeca decía: “Señor, aumenta mi fe”. Las peticiones de Rebeca iban más allá de la salud, y más allá de lo corporal o de lo material: eran peticiones de fe y de amor. “Señor, consuela a los míos, que no noten mi ausencia. Señor, que no padezcan mucho y auméntame a mí la fe”…
¡Joya! Porque la fe es una virtud sobrenatural que Dios infunde en el corazón y que por mérito propio no se puede conseguir, y que ella la tenía por don y misericordia de ese Dios a quien tanto amó y, sobre todo, tanto se sintió amada.
Otra joya de Rebeca… “Rebeca” -yo le decía muchas veces- “¡qué suerte tienes!, vives a la sombra de la Cruz”. Y no me refería solamente a vivir tan pegadica a la ermita donde guardamos el tesoro de nuestra comunidad: la Santa Cruz. Me refería sobre todo, a que ella vivía desde muy niña la enfermedad. “Tú vives, Rebeca, a la sombra de la Cruz”. Y ¡cómo ha vivido la enfermedad!…
Tengo que frenar la lengua porque no puedo decir afirmaciones atrevidas que no me están permitidas, pero ciertamente, ¡cómo ha vivido ella a la sombra de la Cruz!… El sufrimiento la ha curtido, le ha dado quilates, la ha abrillantado de tal forma que… hermanos ¡estamos ante algo muy serio, estamos en presencia de alguien muy grande!
Quizás, a lo mejor, a los ojos de los demás, vemos que los que brillan según el mundo, los que tienen buena salud, los que son muy inteligentes, los que han podido llegar más allá de los veinte años de ella y formar una familia, éstos quizás, son los que triunfan, según nos puede parecer con criterios meramente humanos. Aparentemente, ella que no ha pasado de esa edad, ella que no ha formado, que no deja una descendencia, ella que no ha tenido salud nunca, aparentemente… ¿dónde están sus méritos y sus brillos? Están en que la Cruz, el sufrimiento da a la persona tal categoría, que yo siento vergüenza de hablar delante de Rebeca hoy… Y siento vergüenza de mi mismo, de mi pobreza, de mis miserias, porque es que me da ciento y raya… ¡Cómo ha vivido Rebeca la enfermedad!
Creo que en este sentido, todos tenemos que aprender de esta perla que ha adornado nuestra casa parroquial, de esta catequista que pasa desapercibida, que casi no le damos mucha importancia, pero que aunque no haya hecho nunca nada extraordinario, en lo ordinario amaba extraordinariamente.
Otra perla de Rebeca: su familia… Porque ella ha tenido la suerte de nacer y vivir en una familia unida. Todos pueden decir eso. Desgraciadamente hoy en el mundo, las escisiones dentro de la familia se meten de tal forma que comienzan con poco y terminan desuniendo. Ella ha aprendido el calor de la fe en casa, primero que en ningún sitio, ella ha aprendido a amar en casa. Ella ha aprendido a ser delicada, a no decir un piropo a esta hermana sin que se le diga también a la otra, no sea que se vaya a sentir un poquico en el corazón. Ella ha aprendido a distinguir a la madre y, de pronto, distinguir al padre, no sea que se vaya a sentir un poquico en su corazón. Ella ha aprendido a decirle al Señor: “Señor, lo que importa es que mis padres no sufran mucho en mi partida y en mi sufrimiento, lo que importa no es lo que yo paso, es lo que ellos han de pasar”.
Y así, continuamente, ha ido cayendo perla tras perla en su vida cotidiana, ordinaria, allá en el lecho del dolor, como quien ha vivido tan cerca del Señor que ha entendido lo que, muchas veces, grandes intelectuales no entienden, porque ella tenía la sabiduría de Dios. Esta era una mujer hecha en el sentido místico… Esto, lo que estamos contemplando hoy… ¡está dando mucha gloria a Dios!
Hoy en el Cielo hay, sin duda, mucha fiesta… Estamos aquí describiendo una fiesta con fiesta a Rebeca, y en el Cielo están dándole la bienvenida, también con una tremenda fiesta que jamás ojo ni oído oyó, ni imaginó, ni pudo ver algo semejante a lo que está ocurriendo ahora mismo para Rebeca…
-“Rebeca, hija ¿qué ves?… Rebeca ¿qué nos quieres decir desde Dios…? Tenemos a todos nuestros jóvenes aquí, que son tus compañeros de curso más o menos…”-
Hay que repetir las mismas palabras del Evangelio como mensaje de Rebeca para cada uno y para cada una: “¡Joven, levántate!”. Estas palabras de Jesús, al hijo de la viuda de Naín, son las palabras de Rebeca para cada corazón joven… Hoy el Señor nos dice: “Postrados, ¡nunca!”. Hay que levantarse, hay que caminar, y hay que caminar desde Dios. Hacer de la vida, no un deterioro constante hasta acabar siendo un pequeño trasto inutilizado, como algunas veces, desgraciadamente, nos encontramos a algunos jóvenes. ¡No! El joven está llamado a tener altura, el joven está llamado a volar por donde van las águilas, el joven está llamado a tener la categoría del amor, a no deteriorarse con lo fácil… A nadar contra corriente… A ir, quizás, hacia donde nadie va… A levantarse de los mitos que, al final se terminan en cadenas, y a procurar cortarlos y vivir desde otra óptica de razón.
¡La familia unida ha ayudado tanto a Rebeca! La familia creyente ha hecho de ella ese caldo de cultivo para que Dios hoy hiciera una obra maestra. Como esas buenas pinturas, o como esas buenas esculturas que a veces se presentan y que debajo pone el rótulo, la firma de un pintor, de un maestro especial, que ha pintado una obra perfecta. Eso es… Tenemos delante de nuestros ojos una obra perfecta, porque Dios la ha trabajado, porque la ha enriquecido con su gracia, porque ella ha sabido responder… Y, finalmente… el Señor, algún día, nos hará ver lo que hoy estamos contemplando…
Le vamos a decir, por tanto, con la fiesta eucarística, adiós, y vamos a dar el relevo a los ángeles que la van a llevar en sus palmas y la van a presentar delante de Dios con todo sentido triunfal y de fiesta. Nuestras flores, nuestros cantos, no son nada al lado de lo que Dios tiene preparado… La felicidad inmensa que rebosa en este pequeño corazón de Rebeca.
Vamos a pedirle, ya desde hoy a Rebeca, que nos ayude, especialmente que ayude a nuestros jóvenes, que les ayude a vivir levantados, que les ayude a aspirar a lo bueno. Que lo procuren, con la ayuda de ella que nos la va a conceder, porque va a implorar mucho desde Dios para nosotros. Que ayude a sus padres, a sus hermanas, a todos sus familiares pero, especialmente, a sus amigos… Que todos esos amigos sientan hoy, como el toque de este aleteo de ángel que ya es, que pasa por sus vidas y que les deja como una inclinación a ser mejores.
¡Vale la pena, vale la pena! ¡Esta niña que hoy enterramos, ha valido la pena!… Alabado sea Jesucristo.