Mª Dolores R.S. de Granja de Rocamora (Alicante)
Mis experiencias vividas con Rebeca son sencillas, las típicas vividas con una compañera de clase de E.G.B., quizás menos, ya que su enfermedad la distanció por un tiempo de nosotros. Aunque no fuera íntima amiga de ella, siempre hay recuerdos y ocasiones especiales. El destino varias veces me acercó más a ella.
Centrándome en los recuerdos, recuerdo que era una niña muy guapa y dulce. Siendo pequeñas, recitamos juntas una poesía en el “Festival de fin de curso”. Más tarde, ella enfermó, pero seguimos comunicándonos por carta; a partir de éste momento, despertó mi preocupación hacia ella, y la de toda mi familia, que siempre tuvimos una oración por Rebeca. Pasó el tiempo y ella se fue recuperando y se adaptó perfectamente de nuevo a la clase, quizá su situación y su personalidad especial me inspiraron, en cierto modo, respeto.
En 6º curso, recuerdo que los compañeros de clase interpretamos una función sencilla pero muy divertida: “La Mosca”, al final debíamos tirarnos al suelo y explotar unos globos que estaban en la parte trasera de nosotros y que formaban parte del disfraz de mosca. Recuerdo con simpatía que ella se quedó flotando sin poder explotarlos, yo que estaba a su lado le ayudé a hacerlo, rompiendo (además de los globos) a reír.
En octavo, ella trabajó con tanto entusiasmo como todos para realizar el viaje de fin de curso; en este viaje me llamó la atención su fuerza de voluntad, aunque parezca algo insignificante, tuvimos que hacer una caminata de la que la tutora nos avisó anteriormente que iba a ser muy pesada, y lo fue, no llegamos todos, algunos se retiraron, pero en la foto de la cascada (la meta), allí aparece Rebeca sonriente y fresca, y creo que ella estará de acuerdo conmigo en que mereció la pena. También pasamos la última noche de hotel del viaje, las dos en la misma habitación y dormimos en la misma cama, ya que era de matrimonio.
Al terminar E.G.B., cada uno siguió su camino, aunque siempre por alguna circunstancia nos mantuviéramos unidos, como cuando nos confirmamos; un día muy especial para mí, como creo que lo fue para todos, fue una ceremonia sencilla, muy recogida, familiar y amistosa, tuvo lugar en el almacén de la Iglesia, ya que ésta estaba en obras, para mí fue la ceremonia más especial. Hasta entonces, recuerdo que estábamos nerviosos, inquietos, pero llegó un momento de la celebración en que todos nos quedamos relajados y asombrados, en ese momento creo que el Espíritu Santo descendió y entró dentro de cada uno de nosotros. Un día especial el de la Confirmación, el día de Pentecostés, que coincide de una manera también muy especial con el día que se fue Rebeca.
Mientras tanto, seguíamos también en contacto en convivencias y un año, junto con ella, fui catequista de los niños de Pre-Comunión, dando catequesis en la Ermita de la Cruz.
El tiempo pasó y la última vez que nos unimos junto a ella, fue poco antes de las Navidades del 95, hace tan sólo unos meses; nos reunimos toda la clase de nuevo para pasar un rato juntos, teníamos mucha ilusión y la verdad que todo salió “a pedir de boca”, porque fue una noche maravillosa e inolvidable, en la que no faltó en la cara de ninguno de nosotros una sonrisa en toda la noche. El deseo y la ilusión de esta cena no fracasó en ninguno, incluida Rebeca, la alegría se veía reflejada en su cara. Esta cena se puede interpretar como una feliz despedida. A mí, personalmente, me llamó la atención el buen aspecto físico de Rebeca, en ningún momento podía imaginar lo que más tarde iba a pasar y en tan poco tiempo.
Cuando me enteré que nuevamente estaba delicada, me impactó y además de preguntarme: “¿Por qué?”, en algún momento del día la recordaba en la cena y en silencio pedía por ella.
Yo no viví de cerca la enfermedad de Rebeca, pero tengo que decir, que el contacto y convivencia con personas enfermas, humildes, optimistas, de gran corazón, que sufren el dolor silenciosamente y, a pesar de ese dolor, siempre piensan en los demás antes que en ellas mismas, hacen que apreciemos la vida como algo maravilloso y que nos demos un poco más a los demás.
El día que me enteré que se fue Rebeca, me enteré en el velatorio de mi abuelo, el día de Pentecostés; la noticia me dejó paralizada y angustiada, pero esa sensación de angustia pasó cuando, en la ceremonia de su entierro, concretamente en la homilía, sentí una paz y tranquilidad dentro de mí, tenía la sensación de que Rebeca estaba allí con nosotros, animándonos y tendiéndonos su mano para ayudarnos, que estaba feliz e intentaba transmitirnos esa felicidad.
A partir de ese día, Rebeca está siempre en mi vida, no falta la fotografía de la cena (donde está ella tan guapa) en mi mesita, ni su imagen (en el recordatorio) a donde quiera que voy, y que me ha servido de gran ayuda en los exámenes de selectividad y en mi manera de ser.
Tengo que decir algo muy importante y es que ahora es cuando más unida estoy a Rebeca, porque confío y cuento con ella, porque en mi corazón y en mi pensamiento va siempre conmigo, dándome siempre esa sonrisa que me alivia y anima en todo momento, pasando de haber sido una simple amiga, a una gran amiga y mi ángel de la guarda. Por eso pienso que quizás no sea necesario pedirle, que desde donde está nos ayuda, yo sé que no nos abandona, que siempre estará con nosotros, con sus compañeros de clase.
Me gustaría decir algo más, nunca he llevado bolso, pero ahora que lo llevo, en él nunca falta, ni faltará la imagen de Rebeca. Perdóname si alguna vez te hice daño y gracias por todo, Rebeca.
Mª Dolores R.S. (Granja de Rocamora -Alicante-)