Proceso de Rebeca

REBECA MUERE CON FAMA DE SANTIDAD

Dejándose moldear por el Espíritu, el domingo 26 de mayo de 1996, en la solemnidad de Pentecostés y memoria de San Felipe Neri (el santo de la alegría), muere Rebeca Rocamora Nadal, haciendo de su vida algo hermoso para Dios y para cuantos la trataron.

Tras conocerse la noticia de su muerte, de forma sencilla, espontánea y constante, llega a verla una lluvia de personas… No son sólo los vecinos del pueblo, también viene una multitud de los alrededores, convocada, sin saber cómo, por el convencimiento de que no ha fallecido una joven sólo buena, sino una santa… Es esta la expresión que más se oye, el sentir común de la gente. Hay muchos jóvenes, amigos de Rebeca, seminaristas del Seminario Menor Diocesano, numerosos niños (Rebeca sentía un amor especial por ellos)… Ante sus restos mortales pasan todos los cursos a los que ella había dado catequesis. Es impresionante el respeto y aplomo con que la contemplan.

Entre los adultos hay creyentes y también no creyentes, todos se sienten fuertemente atraídos por el testimonio cristiano que el Señor les ofrece a través de Rebeca. Comentan que sienten una gran paz en aquella habitación. Hay quien se queda en una esquina orando y manifestando que verdaderamente Dios existe, hay enfermos que le rezan, todos quieren tocarla, besarla… Incluso una mujer que no iba a la Iglesia, al verla tiene tal conversión, que a partir de ese día asiste a misa a diario. Y hasta algunos dan la enhorabuena en vez del pésame.

La familia de Rebeca es la más sorprendida ante las manifestaciones de la gente… Ellos han vivido esta profunda experiencia de cruz unidos a ella en un sólo corazón, pero esta vivencia íntima comienza a tener una dimensión que va más allá de lo circunscrito a un ámbito familiar, creándose un sencillo clima de gran familia, la de la fe, donde Rebeca es ya un tesoro de todos…

Así, de forma natural y sin saberlo aún, estaba naciendo la fama de santidad de Rebeca: uno de los primeros pasos para el inicio de su proceso de canonización.

La primera persona en percibirlo fue el Rvdo. D. José Ruiz Costa, sacerdote que en ese momento ejercía su ministerio en Granja de Rocamora. Él había tratado a Rebeca como feligresa y catequista de la parroquia durante los últimos cinco años de su vida, además de conocer de cerca su evolución espiritual en la enfermedad. La intuición de que Dios había obrado algo grande en el alma de esta muchacha no era sólo personal, venía también confirmada por la opinión generalizada de santidad en muchísimas personas que abarrotaron la iglesia parroquial el día de su entierro.

Con suma prudencia, audacia y convicción, pero sobre todo, como un instrumento del Señor en aquel momento, las palabras de su homilía fueron proféticas y un estímulo a desear amar al Señor como Rebeca lo había hecho para cuantos estuvieron presentes. Por su importancia y porque a partir de ahí seguiría la etapa previa al inicio de la Causa de Canonización de Rebeca, te dejamos esta meditación en el siguiente enlace:

Homilía en el funeral de Rebeca

La fama de santidad no sería algo pasajero… En los meses posteriores al entierro de Rebeca, su sepultura en el cementerio de Granja de Rocamora es visitada continuamente. Allí te recibe su sonrisa y la inscripción compuesta por uno de los sacerdotes que la visitaba durante su enfermedad: “Señor, moldeaste mi alma a la sombra de tu Cruz. Ella me enseñó a decir ‘Aumenta mi fe’. Ahora, en mi juventud, sólo puedo decir: ‘Te amo eternamente’. Hasta pronto, hasta el Cielo”.

Son momentos de oración y encuentro con ella, donde cada persona que llega tiene una historia que contarle, que confiarle, que encomendarle… Acuden de cualquier rincón de la provincia, unos en grupo, otros en solitario, dejando notas de petición, flores de agradecimiento o velas encendidas… Los niños le dedican dibujos, poesías, recuerdos del día de su Primera Comunión… Van muchos jóvenes, enfermos, gente de todas las edades… Incluso un muchacho drogadicto deja todos los días una rosa a Rebeca porque era la única persona que le sonreía y miraba con cariño por la calle.

El fuego se va avivando, y a partir del verano de 1996 hay personas que desean entregar por escrito sus vivencias, solicitando el párroco formalmente a quienes conocieron a Rebeca, que escriban sus recuerdos para que no se pierdan estas declaraciones tan valiosas. La gente se vuelca enseguida y en pocos meses se recoge un significativo número de testimonios y algunos favores atribuidos a su intercesión (puedes leer un compendio en Testimonios). Son escritos de amigos, familiares, vecinos, seglares, sacerdotes, religiosas… donde destaca, por su autoridad eclesiástica, el hermoso testimonio del Obispo Emérito Diocesano Mons. Pablo Barrachina y Estevan, que había visitado a Rebeca poco antes de morir.

De igual modo, cada 26 de mayo, la misa por el aniversario de su muerte y la posterior visita a Rebeca en el cementerio, es una celebración recogida y alegre, con cantos y oraciones, en la que van participando muchas personas llegadas de varias parroquias, especialmente jóvenes. Se suelen repartir recordatorios con su fotografía y alguna frase significativa, que se agotan enseguida. Es un tiempo de encuentro personal con Dios en que se comparten experiencias de fe, donde Rebeca es un ejemplo a seguir.



Etapa previa al inicio del Proceso de Canonización de Rebeca